domingo, 14 de febrero de 2016

MEDUSA Y ATENEA


Había una vez, hace mucho tiempo que vivía una hermosa doncella llamada Medusa.  Medusa vivía en la ciudad de Atenas en un país llamado Grecia – y aunque había muchas muchachas hermosas en la ciudad, Medusa era considerada la más linda de todas.
Desafortunadamente Medusa estaba muy orgullosa de su belleza y no hablaba ni pensaba en nada más.  Cada día presumía de lo bella que era y cada día sus alardes se hacían más extravagantes.
El domingo Medusa alardeó con el molinero diciendo que su piel era más bella que la nieve recién caída.  El lunes le dijo al zapatero que su cabello brillaba más que el sol.  El martes le comentó al hijo del herrero que sus ojos eran más verdes que el Mar Egeo.  El miércoles presumió frente a todos en los jardines públicos diciendo que sus labios eran más rojos que la rosa más roja.
Cuando no estaba ocupada compartiendo sus pensamientos sobre su belleza con todos los que pasaban por su lado, Medusa contemplaba embelesada su reflejo en el espejo.  Se admiraba en su espejo de mano durante una hora cada mañana mientras se cepillaba el cabello.  Se admiraba en su ventana oscurecida por una hora cada noche mientras se preparaba para ir a la cama.  Y hasta se detenía a admirarse en el pozo cada tarde al sacar agua para los caballos de su padre – con frecuencia se olvidaba de traer el agua por su distracción.
Una y otra vez Medusa hablaba de su belleza a cualquiera que se detuviera lo suficiente como para escucharla – hasta un día que visitó por primera vez el Partenón con sus amigas.  El Partenón era el templo más grande en toda la tierra a la diosa Atenea.  Estaba decorado con esculturas y pinturas increíbles.  Todo el que entraba se sentía sobrecogido por la belleza del lugar y no podían hacer otra cosa que pensar en lo agradecidos que estaban con Atenea, la diosa de la sabiduría, por inspirarlos y por cuidar de su ciudad Atenas.  Todos, a excepción de Medusa.
Cuando Medusa vio las esculturas susurró que ella hubiera sido un mejor modelo para el escultor que Atenea.  Cuando vio las obras de arte comentó que el artista había hecho un buen trabajo considerando las gruesas cejas de la diosa – pero imaginen lo extraordinaria que hubiera sido la pintura si hubiera sido alguien tan delicado como Medusa.
Y cuando Medusa llegó al altar suspiró alegremente y dijo: “Este sí que es un templo muy hermoso.  Qué lástima que lo desperdiciaron en Atenea porque yo soy mucho más hermosa que ella – tal vez algún día se construirá un templo más grandioso en honor a mi belleza.”
Las amigas de Medusa palidecieron.  Las sacerdotisas que oyeron a Medusa quedaron boquiabiertas.  La gente que estaba en el templo empezó a susurrar y pronto comenzaron a irse – porque todos sabían que Atenea disfrutaba observando a la gente de Atenas y temían lo que pudiera pasar si la diosa hubiera escuchado los comentarios imprudentes de Medusa.
En breve el templo estaba vacío excepto por Medusa, quien estaba muy ocupada mirando con orgullo su reflejo en las grandes puertas de bronce y no había notado la rápida salida de todos los demás.  La imagen que estaba observando tembló y de repente, en lugar de ver sus propias facciones, Medusa vio a Atenea reflejada.
“Muchacha presumida y tonta”, dijo Atenea enfurecida,  “¡Crees que eres más hermosa que yo! Dudo que sea verdad, pero si lo fuera – la vida no es solo belleza.  Mientras otros trabajan y juegan y aprenden, tú haces muy poco aparte de presumir y admirarte”.
Medusa trató de señalar que su belleza era una inspiración para quienes la rodeaban y que ella mejoraba sus vidas con solo lucir tan linda, pero Atenea la calló con un una seña de frustración.
“Tonterías”, replicó Atenea, “la belleza se marchita rápidamente en todos los mortales.  No consuela al enfermo, no enseña a quien no sabe ni alimenta al hambriento.  Y por mis poderes, perderás completamente tu encantó.  Tu destino servirá para recordar a otros que deben controlar su orgullo”.
Y con esas palabras el rostro de Medusa cambió y se convirtió en el de un horrendo monstruo.  Su cabello se torció y engrosó en forma de horribles serpientes que silbaban y peleaban entre sí encima de su cabeza.
“Medusa, esto ha pasado gracias a tu orgullo.  Tu rostro ahora es tan terrible de observar que el solo verlo convertirá a un hombre en piedra”, proclamó la diosa, “y hasta tú, Medusa, si miras tu reflejo te convertirás en piedra en el mismo instante en que veas tu rostro”.
Y así Atenea envió a Medusa con su cabello de serpientes a vivir con los monstruos ciegos – las hermanas gorgonas – en los confines de la tierra, para que nadie se convirtiera en piedra al mirarla accidentalmente.

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